Derecho al Trabajo y Acoso Sexual

Minneapolis. Hace dos siglos en Europa, la habitualidad era que la mujer paría, era nodriza, se ocupaba de su hijo, lo educaba hasta cuando se pudiera independizar siguiendo las costumbres antiguas romanas y helénicas. Llegada la revolución industrial, marido y mujer empezaron a trabajar hombro a hombro; sin embargo esta última tenía que realizar el papel de esposa, madre, ama de casa y constituirse en el segundo trabajador encargado de buscar el alimento. En América Latina, todavía los de la generación de los cuarenta crecimos bajo el precepto de que la mujer está hecha para tener hijos, cuidar al marido y a la prole, y –como la mujer de César- no sólo debe ser irreprochable sino parecerlo; las que no se casaban, quedaban en la casa paterna hasta su muerte, y se dedicaban a vestir santos en las procesiones. Esta idea –que podría ser extraída de la mejor filosofía victoriana- no es en sí mala y presenta ventajas cuando se puede realizar, si es fuente de felicidad y de bien social. De hecho, generalmente así fueron nuestras madres y abuelas. Pero ¡cuidado!: si lo planteamos así de simple, se nos tildará de cavernarios. Pues hay muchas razones en la sociedad moderna para que el rol tradicional de la mujer haya cambiado. Hay presiones especiales que han llevado al sexo femenino a incursionar fuertemente en el campo laboral. A competir –muchas veces exitosamente- con su contraparte masculina. La sociedad exige la educación y producción de todos los asociados, no importa su estado civil, pero con mayor razón si debe aportar al hogar cuando hay marido, o cuando no lo hay, por separación o madre-solterismo. Y lógicamente no se le puede limitar a campos como la costura y confección, trabajar en la cocina o como recepcionista. Ya se entra en todo, incluso en aquellas labores que por su rudeza o dificultad se consideraban típicamente masculinas.

Para el hombre esto no ha sido fácil. Se exaspera si quien produce – o produce más- es la mujer, la suya o la del vecino. Muchos no aceptan compañeras de trabajo en plan de ascender, o se sienten con derechos si son subalternas. Esto ha dado lugar a un fenómeno social y jurídico que se ha denominado acoso sexual. Este es una forma de discriminación por razón del género, tanto desde una perspectiva legal como en su concepto. Si bien los hombres pueden ser también objeto de acoso sexual, la realidad es que la mayoría de víctimas son mujeres, consideradas más vulnerables. El problema guarda relación con los roles atribuidos a los hombres y a las mujeres en la vida social y económica que, a su vez, directa o indirectamente, afecta a la situación de las mujeres en el mercado del trabajo. La conducta en cuestión tiene que ser ingrata o no deseada por la otra persona, pues es lo que lo diferencia de una actitud amistosa, bien recibida y mutua. No es la deseable amistad y cooperación en el sitio de trabajo entre personas de diferente sexo, tampoco es el caso de la amante de oficina, casos no infrecuentes. Porque el factor determinante del acoso sexual no depende de la intención de la persona culpable: es la persona receptora de dicha actitud la que decide si una conducta de naturaleza sexual es bien recibida o no lo es.

Rose, una novela del escritor Martin C. Smith transcurre en la brutalidad del mundo de las minas de carbón en la Inglaterra victoriana, en donde un aventurero americano que investiga la desaparición de un religioso, aprende a convivir con el terror de los condenados a trabajar en ellas. En la mina –localizada en Wigan- trabajan mujeres, satanizadas por los políticos, porque le quitan el trabajo a los hombres y ¡qué horror! usan pantalones; pero los ricos dueños de las minas las contratan pues lo hacen bien y más barato. Fotógrafos profesionales se lucran con las extrañas imágenes de estas mineras ¿las creían marimachas? que muchos ingleses compran pues les parecen excitantes; jóvenes ricos las buscan en procura de alguna aventura. Pero a pesar de la presión, allí continúan. Recientemente hemos visto la película Tierra Fría, que se basa en un libro que narra una situación que terminó en la generación de una jurisprudencia para proteger a las mujeres trabajadoras. La vida en la mina de hierro del norte de Minnesota no es sencilla, las pocas mujeres que allí trabajan, serán menos de diez, permanentemente sufren los insultos y acosos de los hombres, pintadas en las paredes, “suciedades” en los baños, en fin nada bonito. Hasta la misma Josey sufre acosos, más fuertes que los anteriores y a pesar de tener todas predicciones en contra decide presentar cargos ante los directivos de la mina con la ayuda de un abogado amigo. No se puede ser linda y abrir la boca para denunciar un caso de abuso sexual. Menos, si se trabaja en una mina, en Minnesotta, y se gana tres veces lo que un hombre en otro empleo común. Tamaña disquisición es la que lleva adelante Tierra fría, que se basa en un hecho real: la primera presentación ante una Corte en los Estados Unidos de un abuso sexual. Madre soltera, Josey Aimes abandona a su pareja golpeadora y su hogar, y se dirige con sus hijos hacia la casa paterna. Su primer embarazo fue fruto de la violación por parte de uno de sus maestros, que ella llevó a feliz término, aislando el horror que le produjo el acto violento de la alegría de llevar en su vientre un ser vivo, no deseado en su concepción contra su voluntad pero intensamente deseado en su desarrollo. Desde su alojo en la casa de sus padres, conseguirá trabajo en la mina donde su padre se desloma desde hace años. Y vivirá, día tras día, intentos de humillación por parte de sus compañeros, si así se puede llamar a quienes le escriben en las paredes con excremento, maltratan, insultan y manosean o intentar agredir física y psicológicamente. Pero ella triunfa finalmente en su lucha por sus derechos y los de sus hijos.

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