Crisis de Sobreproducción y Desempleo

Crisis de Sobreproducción y Desempleo

Después de las guerras napoleónicas, las economías de Europa occidental, y en particular la inglesa, sufrieron una fuerte crisis entre las que se destaca la crisis de sobreproducción.

La evidencia de circunstancias de depresión era suficientemente abundante: retroceso del comercio, disminución de beneficios, reducción de las formas tradicionales de inversión (canales, caminos y cercados), caída de precios agrícolas, etc.

Para la mayoría de los observadores de la época la crisis se presentaba como una situación de sobreproducción o de plétora (glut), esto es, un exceso de oferta generalizado. Parecía que había demasiado de todo: demasiada producción de mercancías, demasiada fuerza de trabajo (desempleo) y demasiada capacidad productiva (infrautilización de la capacidad productiva).

Los economistas clásicos fueron conscientes de lo que pasaba. Sin embargo, sus interpretaciones de los hechos no fueron unánimes. En general, puede decirse que sus opiniones se agruparon en torno a dos tendencias.

Por una parte estaban quienes, como Malthus, Sismondi o Lauderdale, consideraban la crisis de sobreproducción como un estado permanente, sin perspectivas claras de salida. Ellos veían una economía estancada con exceso de capacidad y desempleo de la mano de obra. Todo ello como consecuencia de una insuficiencia permanente de demanda.

Por otro lado estaban Jean Baptiste Say:

James Mill, David Ricardo y la generalidad de los economistas ortodoxos, para quienes la crisis era una situación puramente transitoria. Para ellos los períodos de crisis se caracterizaban por una reducción del ritmo de producción.

Ello implicaba una infrautilización del capital y, presumiblemente, desempleo o subempleo en el caso de la mano de obra. Pero pensaban que el mecanismo de la competencia era suficiente para la salir de la situación. La base teórica de dicho pensamiento era (y fue durante mucho tiempo) la ley de Say, que será analizada en detalle en el capítulo siguiente.

Este capítulo se dedica principalmente a exponer los puntos de vista más relevantes de los economistas clásicos sobre las crisis de sobreproducción (general glut) y su relación con las situaciones de desempleo en el mercado de trabajo.

Thomas Robert Malthus y la Crisis de Sobreproducción

Malthus pensaba que la crisis de sobreproducción generalizada no era necesariamente un fenómeno transitorio. Para él, la crisis de sobreproducción de todos los bienes podía ser un estado permanente de la economía causado por una insuficiente demanda de consumo.

En el lenguaje técnico actual podría decirse que Malthus entreveía la posibilidad de un estado de equilibrio general (no walrasiano) en el que los vendedores están racionados en todos los mercados.

Los vendedores de bienes y servicios producen por debajo de sus posibilidades porque creen que el mercado es incapaz de absorber cantidades superiores. En consecuencia, su demanda de trabajo resulta insuficiente para absorber toda la oferta existente. Hay desempleo.

Y el desempleo reduce la demanda de bienes y servicios. De este modo se confirman las previsiones de los oferentes, que siguen produciendo por debajo de sus posibilidades y siguen manteniendo una demanda de trabajo insuficiente para dar empleo a todas las personas que lo desean.

La crisis de sobreproducción, el desempleo y, en general, el estancamiento de la economía puede ser una situación permanente por causa de una insuficiente demanda de consumo.

Es difícil determinar en qué medida el pensamiento de Malthus se adapta a esta concepción. Desde luego Malthus se expresó con bastante confusión (a veces de manera contradictoria) al respecto. No obstante, puede decirse que en algunos fragmentos de sus obras parece aproximarse a esta interpretación.

En una de sus cartas a Ricardo:

Malthus introdujo la distinción entre poder de compra y deseo de compra. El primero se podía identificar con la cantidad efectivamente demandada y el segundo con los planes iniciales de demanda de un individuo o de una comunidad. 60

De acuerdo con esta distinción, el poder de compra podría reinterpretarse como una función de demanda en la que se tienen en cuenta los posibles racionamientos que los demandantes experimentan en sus ventas de trabajo.

El deseo de compra puede identificarse simplemente con la demanda walrasiana (esto es, la demanda planeada bajo el supuesto de que nadie va a estar racionado en ningún mercado); en términos agregados, esta última puede verse como una demanda potencial en una hipotética situación de pleno empleo de los recursos productivos. Si no todo el mundo logra vender la cantidad de trabajo deseada, la demanda de bienes y servicios se verá afectada. El poder de compra (la demanda efectiva) será inferior al deseo de compra (demanda potencial).

Para Malthus la demanda efectiva viene automáticamente determinada por la renta en términos reales. Además todos los ingresos efectivos se canalizan hacia la compra de bienes y servicios, sin que exista filtración alguna. No obstante la producción global puede estar por debajo de la producción de pleno empleo si los empresarios no perciben la existencia de una demanda potencial para sus productos. Puede decirse así que lo que Malthus plantea es que la demanda agregada puede resultar insuficiente en relación con la oferta de pleno empleo.

Malthus:

Sin embargo, no reconoció la existencia de un mecanismo de ajuste automático entre la demanda agregada y la oferta de pleno empleo.

Él pensaba que la economía estaba abocada al estancamiento por causa de una insuficiente demanda de los consumidores. Según Malthus, la demanda de consumo estaba constreñida por dos razones principales: en primer lugar, por el escaso poder de compra de la clase trabajadora, forzada casi siempre a vivir en el nivel de subsistencia; en segundo lugar, por una excesiva propensión al ahorro de los capitalistas. La idea central de Malthus parece ser que la demanda de consumo de los capitalistas tiene una elasticidad-renta muy baja, y que esto tiende a generar un volumen de ahorros excesivo en relación con las oportunidades de inversión.

Él se expresaba en sus Principios de la siguiente manera: “Dándome cuenta perfecta de que casi no hay un solo país en todo el globo en que el capital no sea insuficiente […], comparado con el territorio y aún con el número de habitantes, y de que también sería muy de desear un aumento del capital diré, que si el estado de demanda de mercancías fuera tal que el productor sólo obtuviese unas utilidades (beneficios) mucho menores que las normales, y los capitalistas no supieran dónde y cómo emplear con ventaja sus capitales, el ahorro de parte de sus ingresos para aumentar sus capitales sólo tendería a disminuir de un modo prematuro el motivo de la acumulación y a perjudicar aún más a los capitalistas, sin aumentar mucho un capital que ya fuera abundante y bueno.” 61

Al parecer Malthus creía:

Que la insuficiente demanda de los consumidores hacía desaparecer los incentivos para la inversión. En estas circunstancias el aumento del ahorro de los capitalistas sólo conseguiría agravar la situación de crisis. La inversión tarde o temprano cesaría y la demanda agregada quedaría estancada..

La falta de incentivos para producir limitaría el empleo de mano de obra y los propios ingresos de los capitalistas. Malthus vislumbraba una situación de estancamiento en la que la producción de bienes y servicios estaría limitada por la insuficiencia de la demanda y no por las disponibilidades de recursos.

Malthus sólo veía una salida a esta situación que consistía en que las clases adineradas mantuviesen un consumo elevado de bienes de lujo (mansiones suntuosas, viajes de placer, etc.) y que empleasen a muchos trabajadores improductivos (criados, artistas, etc.). Por su parte el gobierno podría también ayudar pagando salarios altos a sus propios trabajadores improductivos (los jueces, los abogados, los clérigos, etc.). De este modo, pensaba Malthus, aumentaría el poder de compra y se evitaría el estancamiento de la economía.

Malthus no creyó que se pudiese lograr lo mismo a través del aumento de los salarios de los trabajadores productivos. 62 Él insistía en que es “importantísimo observar que, por muy grande que sea la capacidad de consumo de las clases trabajadoras, no será nunca suficiente para estimular el empleo del capital, pues no constituye uno de los motivos normales que influencian a la humanidad.

Nadie empleará capital:

Si el único motivo que tiene para ello es la demanda de los que trabajan para él. A menos que éstos produzcan un valor mayor que el que consumen y que el capitalista pueda emplear para sí o pueda cambiar con ventaja por algo que desee, para uso presente o futuro, es evidente que no empleará el capital en mantenerlos.” 63

Es decir, una subida de los salarios estimula el consumo, pero también eleva los costes de producción; y Malthus parece creer que el efecto neto sobre los beneficios no puede ser positivo. No se dio cuenta de que la solución que proponía estaba en parte sujeta a las mismas objeciones que un aumento general de los salarios.

Harían falta más impuestos para pagar a los jueces, clérigos y demás trabajadores improductivos. Y esos impuestos recaerían, en parte, sobre la clase capitalista. Entonces, ¿no tendría el mismo efecto sobre los beneficios un aumento de los impuestos que un aumento de los salarios?

Lea También: Jean Baptiste Say, David Ricardo y John Stuart Mill, Crisis de Sobreproducción y Desempleo

Simonde de Sismondi 64

Los resultados a los que llegó Sismondi son similares a los de Malthus en cuanto a las posibilidades de estancamiento por insuficiencia de demanda. Sismondi fue al igual que Malthus uno de los primeros defensores de la tesis del subconsumo (o estancamiento por insuficiencia de demanda agregada).65

El enfoque de Sismondi era sin embargo algo distinto al de Malthus. Sismondi partía de la noción del flujo circular de la renta, introducida por los fisiócratas en la literatura económica. Y en unos términos muy keynesianos, concebía el ahorro como una filtración o salida de ese flujo corriente de gasto que tiene que debe compensarse por una entrada equivalente (la inversión) para que la corriente circular siga en equilibrio.

En este sentido es ilustrativo el siguiente pasaje: “Por medio de una concatenación circular, en la cual cada efecto se convierte a su vez en causa, la producción proporciona renta, la renta suministra y regula un fondo consumible, el cual vuelve a originar producción y determina su cuantía.

La riqueza nacional continúa aumentando y el Estado prospera mientras estas tres cantidades, que son proporcionales entre sí, continúen aumentando de manera gradual. Un desajuste de la proporción mutua subsistente entre producción, renta y consumo resulta igualmente perjudicial para la nación […] Por esto las naciones incurren en peligros que parecen incompatibles: se arruinan lo mismo gastando demasiado mucho que demasiado poco. Una nación gasta demasiado cuando sobrepasa su renta, porque no puede hacerlo excepto a costa de su capital y disminuyendo con ello la producción futura […] Una nación gasta demasiado poco, siempre que careciendo de comercio exterior, no consume su propia producción; o cuando, gozando de comercio exterior, no consume el exceso de su producción sobre su exportación[…].” 66

Sismondi creía:

Pues que en una economía en la que el ahorro fuese excesivo (o en la que se gastase demasiado poco) se llegaría, como decía Malthus, a una marcada depresión de la riqueza y población.

Al igual que Malthus, la razón parecía ser que el exceso de ahorro se traducía en insuficiencia de demanda de consumo y la insuficiencia de demanda de consumo reducía los incentivos para invertir. De este modo, se generaba un proceso acumulativo que, de alguna manera, terminaba sumiendo a la economía en el estancamiento. El panorama pues de una economía con exceso de capacidad y desempleo de la mano de obra era muy similar al que vislumbraba Malthus.

Las soluciones que proponía Sismondi eran, sin embargo, muy distintas a las de Malthus. Y también mucho menos precisas. En general, puede decirse que Sismondi creía que el estancamiento podría superarse haciendo que los trabajadores participasen directamente en los beneficios empresariales e incluso en la propia gestión de las empresas. En sus Nuevos Principios de Economía Política proponía, por ejemplo, que los empresarios de determinadas ramas industriales, organizados corporativamente, fueran quienes, con cargo a los beneficios, financiasen los sistemas de caridad pública que complementaban los salarios de los trabajadores de esas mismas ramas industriales.

Sismondi señalaba que “[…] si las industrias se organizasen como gremios, aunque solamente para fines caritativos, y si los empresarios de esas industrias tuvieran la obligación de proporcionar ayuda a los trabajadores empleados en sus industrias, de la misma forma que las parroquias suministran la ayuda en Inglaterra, se acabaría con el sufrimiento de la clase trabajadora, así como con la sobreproducción generalizada que actualmente es la ruina de la industria […]”. 67

Es difícil saber por qué las medidas de redistribución de la renta a favor de los trabajadores podían resolver el problema del estancamiento.

Se podría argumentar que este tipo de medidas estimularían la demanda de consumo y reducirían el ahorro de los capitalistas, eliminando así la raíz del mal. No obstante, estas medidas también introducirían distorsiones importantes en el sistema de incentivos de los agentes. Sismondi no ofreció ninguna aclaración sobre este aspecto.


  • 60 Véase Piero Sraffa, The Works and Correspondence of David Ricardo, Cambridge University Press, 1962, vol. 6, pp. 131-132. El mismo sentido parece tener la distinción que hace Malthus en sus Principios entre extensión e intensidad de la demanda. Con el término extensión de la demanda de bienes se refiere a la cantidad efectivamente demandada en un momento dado; por intensidad de la demanda de bienes entiende “la voluntad y facultad de hacer un sacrificio mayor con objeto de obtenerlos” (Véase Malthus, Principios de Economía Política, op. cit., pp. 53-4).
  • 61 Ibídem, pp. 276-7. De este pasaje puede inferirse que, según Malthus, todo lo que se ahorra no se invierte automáticamente (una posibilidad que Malthus parece negar en otros pasajes de sus Principios). Malthus no aclaró esta cuestión; pero insistió a menudo en que una propensión al ahorro excesiva “puede ir acompañada al principio por los efectos más desastrosos y después por una marcada depresión de la riqueza y población” (Principios de Economía Política, op. cit., p. 275).
  • 62 En el capítulo 11 de este trabajo se analiza con detalle la distinción entre trabajo productivo e improductivo que planteó Smith, y que defendieron Malthus y otros economistas clásicos.
  • 63 Malthus, Principios de Economía Política, op. cit., p. 338.
  • 64 Las ideas económicas básicas de Sismondi aparecieron reflejadas inicialmente en su artículo “Political Economy”, publicado en 1815 en la Edinburg Encyclopedia.(Existe traducción al castellano en Alianza Editorial, Madrid, 1969). Posteriormente estas ideas las plasmó y amplió en su obra más conocida Nouveaux Principes d´Economie Politque, ou de la Richesse dans ses rapports avec la poputation, publicada originalmente en París en 1819 (Una edición digital y acsímil de esta obra puede consultarse a través de la página web de la Biblioteca Nacional de Francia: https://gallica.bnf.fr/scripts/ConsultationTout.exe?E=0&O=N095553). De esta última obra la única traducción al castellano que se ha encontrado es la de Francisco Xeréz y Varona, publicada en 1834: Nuevos Principios de Economía Política ó de la Riqueza en sus Relaciones con la Población (Imprenta de Benavides, Granada).Una edición reciente, en inglés, es la publicada por Transaction Publishers, New Brunswick (N. J.), 1991.
  • 65 Sismondi se adhiere expresamente a la línea de pensamiento de Malthus en un artículo publicado en 1824 en la Revue Encylopédique (Véase el apéndice de la edición en inglés de sus Nouveaux Principes, op. cit. p.617). En esta misma línea de pensamiento debe incluirse también a James Maitland -Conde de Lauderdale- quien en su obra An Inquiry into the Nature and Origin of Public wealth and into the means and Causes of Its Increase, publicada en 1804, había adelantado los argumentos básicos de los subconsumistas, aunque de manera incompleta y poco sistemática (Véase Thomas Sowell (1972), Say´s Law: An Historical Analysis. Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, p. 79).
  • 66 Esta cita procede de las páginas 58 y 59 de la traducción al castellano de su artículo “Political Economy”.

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